Cuando alguien menciona la cerveza Duvel, lo primero que me viene a la mente es esa avalancha de burbujas finas que se elevan en la copa tulipán. Esta Belgian Strong Ale presume un color dorado luminoso, corona de espuma densa y persistente, y un perfume que mezcla esteres frutales —manzana verde, pera madura— con un remate especiado de levadura que recuerda a pimienta blanca y cilantro. A 8,5 % ABV no es una pluma, pero su final seco y el golpe de carbonatación la vuelven peligrosamente fresca. Esa dualidad (potencia + chispa) la convierte en aliada de platos que equilibren cremosidad, sal y hierbas. Aquí van tres ideas, comenzando por un clásico muy de casa en Bruselas: stoemp con salchicha.
El stoemp —puré rústico de papas machacadas con zanahoria, puerro o col— es la definición de comida reconfortante. La salchicha, bien dorada, aporta grasa y especias que coquetean con la levadura picante de Duvel. La cremosidad del puré amortigua el volumen alcohólico, mientras la carbonatación ataca la densidad y limpia el paladar. Para reforzar el juego, añade un toque de mostaza a la antigua al final; su acidez despierta el dulzor ligero de la malta y hace que cada cucharada pida otro trago. Fácil, honesto y tan belga como un paseo en bici bajo lluvia ligera.
Los mejillones marinieren son casi religión en la costa flamenca, y la cerveza Duvel les hace reverencia sin quitarse el sombrero. Cuece los bivalvos con vino blanco, apio, chalota y un toque de estragón fresco. El licor resultante tiene notas salinas y herbales que resaltan los esteres frutales de la Belgian Strong Ale, mientras la carne jugosa del mejillón contrasta con el amargor firme del lúpulo Saaz. Sirve pan rústico para mojar el caldo y deja que la cerveza, con su efervescencia casi champenoise, limpie y refresque. El resultado: una sinfonía marina con un conductor de oro líquido.
Para rematar, un queso de perfil serio. El Gouda madurado, con cristales de tirosina y un punto acaramelado, encuentra en Duvel un socio que amplifica su dulzor sin perder orden. Un chutney de durazno aporta acidez moderada y perfume; la nuez tostada refuerza la nota de malta ligera y añade crujido. En conjunto, cada mordida alterna sal, grasa y azúcar, elementos que la cerveza belga equilibra con alcohol y burbuja. Un postre salado que demuestra cómo una ale fuerte puede sobrevolar la tabla de quesos con estilo.
Las cervezas de Bélgica llevan siglos jugando con levaduras aromáticas, y Duvel es un ejemplo insigne. Su receta apuesta por malta pale, azúcar candi claro y fermentación cálida para lograr complejidad sin oscurecer el color. El resultado es una cerveza luminosa, seca y perfumada, con amargor que ronda los 30 IBU, cifra modesta pero efectiva cuando la gasificación actúa de catapulta. A diferencia de una Tripel más dulce o una Golden Strong Ale con final áspero, la cerveza Duvel combina potencia alcohólica y bebilidad, un truco de prestidigitador cervecero que merece platos a su altura.
Con el stoemp, la burbuja perfora la melosidad; con los mejillones, su especia se enlaza al mar; con el Gouda, el alcohol acaricia cristales de sal. Tres caminos distintos, una misma base dorada. Así, la próxima vez que destapes una Duvel, piensa más allá del brindis: pon a la mesa textura, hierbas, mar o queso profundo. Te darás cuenta de que la espuma no es adorno, sino un puente entre cocina y vaso.